martes, 19 de julio de 2011

Mi ventana mensajera

Es invierno, y al respirar junto al vidrio noto como una bruma se produce cercana a mi nariz. Desde este rincón pequeño de mi hogar puedo observar a un par de palomas zambulléndose en un charco pequeño en el margen de mi patio, mientras otras de las mismas caminan con delicados pasos sobre los grumos de barro.

La orden del día de hoy fue no salir, pues a nadie le es de su agrado ver su piso de mármol recién encerado repleto de salpicaduras propias de un día tempestuoso, muy entendible. No me entristece realizar dicha obediencia, suelo conformarme varias veces con simplemente arrimarme a mi ventana, y así desde el sillón escuchar los pasos del día y las ilusiones de la noche.

Las translucidas gotas caen una por una sobre el techo, sonando casi como una orquesta, produciendo una sensación de armonía y placidez maravillosas para la ocasión, y es que no hay lógica si un día lluvioso no tiene lluvia.

Manos de contextura delicada con unas prolongaciones sumisas y suaves me toman por los costados para sacarme de ese rincón y colocarme sobre el suelo. Hace mucho frío, dice la joven, y me coloca un abrigo muy caluroso y me niego a esta situación, al final siempre mi carita de por favor es la que gana.

Como quieras, pero no hoy no saldrás afuera, hay mucho barro y tus cuatro patitas dejaran su marca por todo el mármol, ¿Te parece si te recompenso con un hueso grande de caramelo? Mi exaltación final fue un indicio de “sí, quiero”, y a los pocos minutos tuve mi premio. Volví al sillón ahora con un invitado de mi grato agrado, un hueso enorme para degustar en esta tarde tan apagada. Mientras los niños miran dibujitos en la televisión, yo me complazco en compartir momentos con ella, pues es mi diversión más entretenida, ella me cuenta los secretos del día, y yo la acompaño en el sueño por las noches.

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