miércoles, 10 de agosto de 2011

Cuando eres prisionera.

Las ondas del viento se mezclaron con el peculiar perfume de las rosas, el pasto verde inciso entre los arbustos esperando recibir las cenizas de algún olvidado, y él, solo él envestido entre las copas verdes del bosque esperanzado.
Las ardillas pasajeras murmuraron su descontento, vieron aquel rostro consolado por la armonía de la naturaleza, mientras los ciervos lo miraban entre ojos y sin parpadear comentaron entre ellos su desgracia caminante. La soledad se volvió consuelo como regalo del desengaño, el perdón del cerrojo de aquella vaca suelta, perdida y adiestrada, tan manejable como sus sentimientos. El pánico se volvió alegria, el énfasis de conseguir la oración justa a ese remordimiento.
Ella, sin silabar ninguna palabra, fue directo hacia él. Las miradas todo lo dijeron, no era necesario replantear cual era el clima de tan apasionante situación. Ese hombre buscaba la disculpa perfecta al error más humano que existía, y la muchacha solo deseaba despedirse.
Un "no te vayas" desencajó en todo el dilema, se sorprendió de escucharlo, ella no quería que ocurriera, pues no sería capaz de irse, y su plan perfecto de abandonarlo en la inmensa nada se desplomaba como un castillo de arena con un simple viento fugaz.
De repente, una brisa encajó justo en medio de su pecho, y se sintió acorralada, angustiada, tan perdida como si no supiera quien era en realidad. Aquel personaje descabellado aprovechó la situación, y así como arte de magia, dio varios pasos hacia ella y saco un abrazo tan falso como sus recuerdos.
Se encontraban abrazados, pero ambos ocultaban sentimientos, un engaño cruzado que no merecía ni un segundo más, pues podían dejarlo todo y seguir, o mirarse el uno al otro y desprenderse de esa mochila, aquel dolor eran millones de piedras envueltas y los dos entendían que éste era más fuerte que cualquier pesar.
Uno distingue esa mirada voraz que aunque todo este en caída sentimos que estamos prendidos de una soga atada en el árbol más fuerte de toda su especie; él la tenía. Ella estaba unida a él, y
difícilmente, alguien desearía tirarse al precipicio en vez de seguir unida a un camino sin salida, sin retorno. Aquellos que caen, son libres, los demás, son los demás.
¡Zaf!, huye del abrazo, se desliza con rapidez de sus manos, ha descubierto la realidad.
Mujer y amante, paseada por una de las tantas bestias del bosque, es libre. Corre por las praderas y sus lágrimas a la vez, con el viento. Esas mismas le invocan alegría, ha soltado cada una de las piedras durante el camino, está ligera de peso y sus manos se desenvuelven como las alas de alguna paloma. Llega hasta la ciudad cansada de tanto trote, sus amigos la ven de otra manera, pues han notado que ya no es prisionera de ese engañoso amor que tanto la retenía. Todo había quedado atrás, y los aplausos, las sonrisas, los abrazos se hicieron eternos, era uno detrás de otro. La conmovedora situación la hizo sentir independiente a tal punto de confesarles por el difícil obstáculo que hora atrás había pasado. Una nueva mujer, así se definió.
Él,seguía en el bosque, esperando a que otra presa pasara por allí.