Sobresaltado terminaba mi cuerpo, tendido en el mismo dilema, entre sus gritos vigorosos y mi solloza vida, pendiente siempre de sus manos. Un simple roce de pieles y todo volvería a comenzar, una especie de juego macabro, donde desde el principio solo esperaba el atemorizante final. Sus turbulentos ojos solo buscaban los míos, en una desesperada búsqueda del perdón por simple remordimiento, hasta dejarme vacilando el poder de la culpa.
Pude pedir perdón pero de haberlo hecho, todo volvería a lo mismo, y mi ser se había jurado no volver jamás, pero ahí estaba él otra vez, intentando persuadir mi dignidad, dejándola excluida de mi vida como desde el primer día.
Fue difícil verse al espejo, contar otra historia, y repetirse que no volvería a suceder.
Ser la ruta de la locura, invernar pesadillas y atormento, huellas que jamas se borraran de mi mente ni de mi cuerpo, pero estaré pendiente de mi lujuriosa memoria, y no postergare deseos por encima de otros deseos, me disculpare conmigo misma cada vez que me culpe de perderte, y por sobre todas las cosas, esperare al destino, sin vacilar ni un instante, en el dictado de mi corazón.
Valor, amor, sentido y perseverancia. Las mismas cosas que nos unieron. Las cosas que me alejaron.
Lo intente, innumerables situaciones, innumerable tu, inmensurable amo de mis heridas.
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