Mis ojos se entumecieron, y desorbitada me detenía a observar los detalles de aquel cuadro triste que se encontraba en la pared que daba al baño de la cafetería.
-Señorita, ¿Desea otro café?
No podía responder nada, mucho menos, a nadie.
-No, gracias- titubeé con un toque de pánico.
El resto de los minutos se fueron fermentando de a poco, tan suavemente, que su olor persuadía por toda la cafetería. Las decisiones que mi cuerpo me condenaban a realizar, eran las que me perturbaban por excelencia en cada sorbo de mi taza, incluso aun estando vacía, nos semejábamos lo suficiente como para sentirnos amigas. En el reinado de mis sentidos, fui penada a no sentir nada mas que el viento, que soplaba mi pelo tan dulcemente que la sensación era tan equitativa como un abrazo frío y cuántico, similar a mis recuerdos, todos paralelos, inconscientes a lo descifrable, simbólicas a las ondas sonoras provenientes de mamíferos con dos patas, que logran entenderse.
Ya casi me siento liberada, mi castigo sera relevado, la decisión final consta en ser parte de mi partida, y la indiscutible protuberancia de mis alas han retrasado la salida, esperar y desesperar en la espera se han hecho parte de mis condolencias.
La silueta de la planta que se encuentra frente a mí, es la que me acompaña en este instante, ansía mi huida, y se entristece con mis llegadas, descubre que estoy sola, que ya no vengo acompañada y mi ánimo que se encontraba a la deriva del deshielo, montada de manera ficticia como un paisaje infundido en sentimientos vagos y acobardados por la desilusión de haber sido desilusionada. El juego de palabras que solía emplear con mi teléfono para amparar esta avaricia de no estar tan sola, esta vez se ausentaron, dejándome a la deriva de algún trabalenguas pasajero.